
Monarca destronado, sin corona,
del reino de los blancos azahares,
república de iglesias y de bares,
patria de mi niñez y mi persona.
Levanto la bandera azul de lona,
elevo dulce incienso a los altares,
y proclamo santos, estos lugares
de un universo que se desmorona.
Nobles condes de los atardeceres,
rancios marqueses de la anochecida,
duques de la locura de los cuerdos.
Duendes del barrio, firmes alfileres,
os ha convertido, para mi, la vida,
en aristócratas de los recuerdos.
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