
Envenenaron a las azucenas
con oscuro vinagre de mal vino
y llenaron de adelfas el camino
con espinas más negras que mis penas.
Maldijeron todas las lunas llenas,
todas las suaves sábanas de lino,
todas las bocas rojas que el destino
me entregara, haciéndolas ajenas.
Mancharon con cenizas la memoria
de los días más azules de aquel niño,
furtivo cazador de otras quimeras.
Mataron ese minuto de gloria
y esos años benditos de cariño.
No pudieron llevarse mis esperas.
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