Qué
pequeño me he visto
esta
mañana
en
el espejo limpio
de
los charcos.
No
quise recordarte,
pero
estabas
en
el aire, en el cielo
y
en el árbol
donde
tu nombre
sigue
escrito
porque
nadie,
ni
yo, pudo borrarlo.
Las
muchachas
me
miran como a un viejo
que
se arrastra dormido
hasta
el trabajo
y
yo, perdido en el deseo,
no
sé quién soy,
me
siento extraño.
Otros
ojos
me
miran con tus ojos
y
quisiera besarte
en
otros labios,
maldigo
la memoria
de
mi cuerpo,
el
olvido
que
muere de cansancio,
la
verdad
de
una mentira eterna
que
ha durado
tan
sólo
estos
tres años.